¡Acuéstate ya! ¡Tira para la cama ahora mismo! Eso me decían mis padres cuando mi cuerpecillo menudo se escabullía de entre las sábanas en aquellas siete noches y aparecía en el salón para postrarse, absorto, ante la televisión. A la hora en que los niños duermen, un pasodoble irrumpía musicando un paseíllo de toreros en la pantalla. Y un señor, vestido de forma impoluta, derrochaba torería en su forma de ser y estar en aquella vida.
A mis cuatro años yo corría presuroso de mi cuarto al salón al reclamo de un clarinazo, incapaz de distinguir la ficción de la realidad. Era entonces aquella España de las dos cadenas de televisión donde los toros en la voz de Fernández Román y Joaquín Jesús Gordillo se retransmitían sin complejos, ni restricciones. Con naturalidad, en abierto y para todo el país más allá de lo peninsular.
Y en ese contexto Juncal vino para triunfar. El mejor retrato posible de una tauromaquia auténtica, con sus luces y sus sombras, su grandeza y sus miserias, llevada a la ficción en la televisión. Jaime de Armiñán lo hizo posible a finales de los ochenta. Su vida se apagó la pasada semana justo cuando en estos días los aficionados peregrinan a la Maestranza porque en su ruedo se escenifica tarde tras tarde la feria de abril de Sevilla. Y al llegar hasta allí, seguro que más de uno se transforma en Juncal saludando a la Maestranza cuando sus pasos se sitúan ante ella. Todos los aficionados, el que más y el que menos, así lo hemos hecho alguna vez.
Jaime de Armiñán nos legó un tesoro audiovisual taurino que llegó a ser premiada con un Ondas. Tras ello, dio forma a una novela bajo el mismo título y que es joya de la literatura taurina, dejando en principiante de la novela picaresca al propio Lazarillo de Tormes. Una especie de catecismo taurómaco al que acudimos los aficionados de forma recurrente.
Paco Rabal, vistió de luces en el cine taurino en varias películas dignas. Pero en Juncal se coronó para mayor gloria de la filmografía taurina. Junto a él, nuestro paisano comprovinciano Rafael Álvarez ´El Brujo´ encarnando al entrañable limpiabotas ´Búfalo´.
Sus diálogos se los sabe de memoria Verónica Ruiz, última jiennense en vestir de luces en el Coso de La Alameda, que es capaz reproducir la serie entera de principio a fin. Y mucho de Juncal en su forma de hablar de toros tenía nuestro inolvidable amigo Salvador Santoro en maratonianas noches de tertulias taurinas que ya no volverán.
De entre toda esa antología juncaliana de frases y diálogos memorables hay una que en estos días nos llega a la memoria cuando hemos visto la heroicidad de Escribano ante los Victorinos o Juan Ortega detener el tiempo con su toreo sobre el albero de la Maestranza. Porque el toreo, es efímero ante nuestros ojos, pero eterno en nuestro recuerdo cuando se ejecuta dejándose en cada lance el alma, el corazón, y la vida. Y es entonces cuando se alcanza la gloria.
Seguro que algún padre le habrá dicho a su hijo en el tendido aquello de Búfalo en una sublime escena de Juncal bajo los compases de `El gato montés´: ¡Niño, a ver si te enteras de lo que estás viendo, que lo que estás viendo no lo vas a ver en tu puta vida!