Martín Vigil era un autor superventas cuando el instituto de FPO San Juan de Dios estaba en su máximo apogeo. Recuerdo haber leído “Cierto olor a podrido”, publicado en 1962, dos décadas después y repetir con mis hermanas como un juego, a toda velocidad:” estoy triste, triste como las hojas del otoño dorado que barre la ventolina”. No sé si el fragmento era exactamente así, pero parecido. Este sacerdote no era un gran literato, pero sus novelitas pasaban de mano en mano entre los jóvenes de los ochenta. La impresión de ese protagonista que pilla una pulmonía en verano por acostarse en una tumba abierta se me quedó fijaba desde la adolescencia. ¿Por qué leíamos esto? Porque la mayoría de lo que podíamos pillar para leer venía del convento de monjas del barrio que nos lo prestaban. De allí saqué los tres tomacos de Gironella: “Los cipreses creen en Dios”, “Un millón de muertos” y “Ha estallado la paz”. De allí los sacaron mis amistades. Las primeras tertulias literarias fueron de estos títulos. Al mismo tiempo que oíamos las casetes de Jarcha y Víctor Jara.
Ha llovido desde entonces pero desde 2017 hasta hoy, para el instituto de FPO San Juan de Dios, piedras. Lo cerraron diciendo que lo reabrirían mientras lo desmantelaban mandando maquinaria a otros centros. Jerez con un déficit tremendo de Formación Profesional y un centro de 3.000 metros cuadrados que ha formado a muchísimos profesionales en esta ciudad cerrado. Mientras sucedían dos cosas: proliferaba la F.P. privada y el colegio sufría de un vandalismo atroz. Ningún jerezano ha pasado por alto esta situación provocada por el PSOE, en uno más de los errores cometidos en educación. Escuchar a María José Pelayo decir que se va a ocupar de que el centro sea reabierto me parece una decisión acertada y de amplias miras, sabiendo lo que significa para Jerez.
Después de muchos años de intentar vender la F.P., porque al principio los padres que no habían estudiado querían para sus hijos carreras universitarias y todo el mundo iba a Bachillerato, errando algunas veces porque no lo terminaban o después de hacerlo no hacían una carrera. Cuando se toma conciencia de su valor, no hay plazas suficientes, ni siquiera dentro de la provincia. Esto ha abierto un amplio hueco a los centros privados que no es una opción para la mayor parte de los jóvenes por la sencilla razón de que sus familias no pueden pagarlo.