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El jardín de Bomarzo

El buen ciudadano

La fiscalización mayor que podrían hacer las diferentes juntas electorales es la relativa a esta puja de promesas populistas

Publicado: 19/05/2023 ·
10:14
· Actualizado: 19/05/2023 · 10:14
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Bomarzo

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Todos están invitados a visitar el jardín de Bomarzo. Ningún lugar mejor para saber lo que se cuece en la política andaluza

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"Los políticos son iguales en todas partes. Prometen construir un puente incluso donde no hay río". Nikita Kruschev.

La fiscalización mayor que podrían hacer las diferentes juntas electorales es la relativa a esta puja de promesas populistas y, la mayoría de las veces, falaces que edulcoran la campaña electoral, prometiendo entre cosas imposibles de ejecutar porque no hay amparo legal que las cobije, lo que da muestras del pobre nivel en gestión de administración pública que tiene el que las propone, barbaridades múltiples que exigirían una financiación millonaria y nadie explica de dónde se sacaría el dinero o, por último, imbecilidades populistas al estilo, por reciente, de rebajar el precio del cine a dos euros un día a la semana para los mayores. ¿Cómo? Y eso que estamos hablando, sobre todo, de elecciones a los cabildos locales, cuyas competencias son muy limitadas y deben, sobre todo, dar servicio esencial al ciudadano en asuntos muy claros y no prometer lo que por cuestiones de marco competencial y financiación es imposible de llevar a cabo. Al menos en esto, las juntas electorales deberían llamar la atención a los partidos que prometen la luna sin tener cohete.

Dentro de los estudios de enseñanza obligatoria debería incluirse una asignatura esencial que bien podría denominarse algo así como Ciudadanía, normativa básica para ser un buen ciudadano con un contenido mínimo basado en los derechos y deberes como tales, competencias de cada administración pública, límites presupuestarios y cómo presentar de manera eficaz una queja o reclamación. De este modo, con  la fortaleza que se modela desde el conocimiento cesaría, o al menos se reducirían de manera notable, este abuso sustentado en la ignorancia y que cobra especial brillo durante las campañas electorales. La regla de tres habitual en el embuste cuando se habla de los ayuntamientos es aquel candidato que señala la enorme deuda municipal acumulada y, al tiempo, promete que bajará los impuestos, ampliará los servicios públicos y, cómo no, realizará inversiones variadas en materias como deporte, instalaciones, jardines o viviendas. La matemática política, en este sentido, tiene variables abstractas.

En unas elecciones como estas es fácil la crítica al que gobierna porque los servicios públicos con responsabilidad municipal siempre son mejorables y si el municipio es grande, más. La limpieza suele ser un asunto recurrente, pero cuando criticamos obviamos la crítica al ciudadano que, no siempre pero sí muchas veces, actúa de manera incívica, ensuciando, non cumpliendo la normativa en cuanto a horarios, arrojo de enseres, muebles o reciclando; la ciudad se construye entre todos y si es así será más atractiva, el turismo aumentará y, con la suma, llegarán inversiones que crearán empleo. Lo demás son las cuentas del gran capitán.

En campaña es habitual, por otra parte, desenterrar los muertos del pasado para arengar las masas e igual que el PP saca a ETA porque, dice Ayuso, "está viva, están en el poder, vive de nuestro dinero, mina nuestras instituciones, quiere destruir España" en un intento de revolver de nuevo todo ese anti nacionalismos que tan mal hace al conjunto de España, el PSOE saca de paseo a Franco, a la memoria histórica y a los muertos en la Guerra Civil para remover las tripas contra la derecha mala que mataba gente... Ambos, intentos de manipular la voluntad de los ciudadanos alborotando sus emociones, de hecho en los tratados políticos más antiguos ya se hablaba de la estrategia de las emociones para captar el interés de la población huérfana de voto. Y tanto ETA como Franco forman parte de la historia pasada y en absoluto tienen que ver, nada, con lo que nos debe mover a la hora de elegir al alcalde de tu pueblo o ciudad para los próximos cuatro años, al que hay que pedirle, sobre todo, una buena gestión en su ámbito competencial referente a deuda, buena relación calidad-precio en aquellos servicios públicos que presta, contención de gasto municipal y una política activa que conduzca a su población hacia el interés de los inversores y con respecto a otras administraciones para la mejora en general de todo. Y hay buenos alcaldes, con sus equipos, de todos los partidos. Y muy malos también. Es más una cuestión de personas que de siglas, por esto encuentras independientes que arrasan, vendedores profesionales de humo y buenos gestores que no encantan.

Por último, el sistema de voto. En un momento donde la digitalización es un hecho, el manejo de la inteligencia artificialidad una realidad del presente, la conexión global una evidencia y está todo codificado de manera aparentemente segura y, así, podemos hacer transferencias con solo poner la cara frente al móvil, resulta llamativo que para votar haya que ir al colegio electoral, coger una papeleta, meterla en un sobre, ponerte en cola, echarla en una urna y esperar que unos señores a lo largo de miles de colegios las cuenten a mano con el gasto que esto genera y el incomodo de todo el proceso y que ni siquiera haya un debate abierto para modificar esta manera arcaica de votar. Otro modo: entras en un panel, te registras con contraseña, pones tu cara y votas, confirmas el voto hasta tres veces y lo haces desde la playa a través de alguna pantalla, en el Rocío o mientras compras yogures en Mercadona. Recuento matemático en cinco minutos. O uno. ¿Problema? Pues -se intuye- que vote hasta el gato y, claro, eso es incontrolable porque: ¿qué sucedería en este país, región, provincia o localidad si el índice de participación fuese de casi del cien por cien?  Da miedo pensarlo, al menos a las fuerzas políticas mayoritarias que conocen al detalle sus fuerzas en base a los índices de participación.

En unas elecciones hay mucho oculto en sombras y, también, de juego de trileros que se sustenta en el desconocimiento general de una población que está en otras cosas, a la que le interesa la política lo justo y que no se detiene demasiado en despejar lo verdadero de lo falso. También hay mucho que recorrer, por qué no reconocerlo, en el camino para convertirse en ciudadano con licenciatura, ese que entiende que la administración pública, hacienda, la ciudad, la política, la limpieza o la economía es cosa de todos y que votar bien, a quien sea, es el inicio a todo.

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