Desde pequeña he tenido costumbre de mirar las manos de la gente a la que conocía, para mí eran un dato importante, si eran pequeñas, grandes, finas, gruesas, de uñas afiladas o romas y la postura que adoptaban.
Me preguntaba por qué los hombres caminaban con las manos a la espalda, exponiendo el cuerpo mientras que las mujeres llevaban las manos delante en un abrazo protector. Hoy he aprendido que la tradición marca el género en este sencillo gesto.
He heredado de mi padre unas manos cuadradas, gruesas, con tendencia a inflamarse y las he visto crecer hasta hacerme adulta y luego llenarse de pequeñas arruguitas. Mi madre me decía que tengo las manos suaves, de oficinista, así se solía llamar a las manos que no ejercían oficios manuales. Era algo que ella valoraba, prácticamente toda su vida lavo la ropa a mano y en invierno con el frío se le cuarteaban. Ahora cuando acaricio la mano de mi marido y aprecio su tersura también se lo digo yo.
He mirado las manos de los personajes retratados en los cuadros, en el retrato de Felipe II pintado por SofonisbaAnguissola, el rey apoya una mano en un sillón mostrando autoridad y con la otra desgrana las cuentas de un rosario. En la primera versión de esta obra, que después borró Sofonisba, le colocó la mano en el pecho señalando el toisón, pero entonces su esposa no había muerto. Tanto la pintora como el rey amaron mucho a Isabel de Valois, quiero creer que la mano sobre el rosario aún reza por su alma.
Miro las manos de los políticos, de los banqueros, de los hombres de negocios, del conductor de autobús agarrando el volante, de mi médico, de quien me pesa la fruta y hablan con violencia, engaño, poder, oficio, empatía, etc.
Son unas manos también las que empuñan una cuchilla para practicar la ablación del clítoris, lo hacen con impunidad amparadas en el patriarcado. La pequeña es obligada a quedarse quieta mientras es despojada de la capacidad de sentir placer sexual, es una de las peores formas de sometimiento de la mujer y afecta a más de doscientos millones. Se hace en África, Oriente Medio y Asia. Muchas niñas residentes en Europa sufren esta atroz mutilación cuando van de vacaciones a su país de origen, el pasaporte europeo no las salva. Siento horror por las pequeñas agarradas por su familia que caen en las manos de estas carniceras que a su vez recibieron el mismo tratamiento en su infancia, son a la vez víctimas y verdugos.