Buceando por las redes sociales me llamó la atención unas palabras de un chico joven en las que decía que ya estaba harto de vivir momentos históricos y que quería seguir su día a día sin tantos sobresaltos y con la normalidad que había sido su guía hasta que llegó esa pandemia que no se ha ido, aunque los políticos quieren hacer creer que ya no existe, en aras de reactivar una economía a la que, aunque comuniquen lo contrario, les dan más importancia que a la salud. El covid, de cualquier manera, ha pasado a un segundo plano, pese a los intentos desde China de que vuelva a aparecer en portada, por aquello de esa invasión inmesiricorde de Ucrania por parte de Rusia y bajo la batuta cruel de ese hijo de Putin llamado Vladimir.
Ucrania sufre las consecuencias de un nazi que ha hecho recordar las terribles escenas de la Segunda Guerra Mundial con el igualmente malnacido Hitler asumiendo las riendas del horror y del terror. Ese mismo que en España vivimos un 11 M, que se ha recordado con una base política sin sentido ya que hablamos de víctimas que perecieron en nombre de no se sabe muy bien qué locura terrorista y nunca por defender ideologías o religión algunas.
Pero es lo que nos está tocando vivir en un comienzo de siglo que parece aspirar a igualar las penas de su antecesor con la gripe española, con dos guerras mundiales y, desgraciadamente, en España con una contienda entre hermanos que destrozó vidas, familias, economías y a una sociedad que se partió en dos, que parece que se reconcilió con la democracia aunque algunos persistan en dividirla como si no existiesen doscientos problemas a los que atender y olvidar, aunque siempre teniéndolo presente, el pasado.
Esperemos lo que nos sigue separando esta historia que nos estamos empeñando en escribir para rellenar los libros que estudiarán nuestros nietos, bisnietos o tataranietos, a pesar de que ciertamente estamos ya hasta las narices de vivir circunstancias extras que no hacen sino romper esa tranquila cotidianidad que, con sus lógicos altibajos, vivíamos antes de ese 14 M, ayer, de hace dos años cuando se declaró el Estado de Alarma. Esa alarma que ha vuelto a encender el hijo de Putin y que nos tiene pendiente de un inmediato futuro que, quiera Dios, sea en paz. Así sea.