La vida de las personas se desarrolla entre al menos dos mundos: el de la existencia real y otro el de la ideología. Al primero le corresponde lo que acontece a cada cual y le afecta en su día a día. Sus relaciones interpersonales, su modo de ganarse la vida, las obligaciones que ha contraído con familia, trabajo, actividades varias para alcanzar objetivos individuales o colectivos,… En este mundo lleno de preocupaciones y ocupaciones todo es “real”. Al menos así lo experimentan las personas. Y casi siempre se tiene la impresión de que en ese mundo es posible ejercer un cierto control de alguna manera. Normalmente se piensa: Si se hace esto ocurrirá esto. Todo está a la medida de la capacidad que cada cual tiene. Interviene el azar, la suerte, la fortuna o el infortunio, pero a escala individual, completando junto a la voluntad la resultante de lo que ocurre.
Muy ajeno a este de la existencia que es concreto, hasta cierto punto sencillo y en parte manejable por la voluntad, se proyectan las ideologías. Que nada tienen que ver con el ámbito de las ideas, de los conceptos porque es el mundo de la existencia quienes las producen. En el mundo de la ideología, se instala la verdad absoluta. En el fondo una redundancia porque lo que sea verdad, por serlo, o es absolutamente verdad o no lo es y sería mentira. Y aquí es donde intervienen los creadores del mundo de las ideologías. La búsqueda de la auténtica verdad tiende a invadirlo todo pretendiendo determinar, manejar, dominar el EXISTIR. Mediante un constante bombardeo ideológico se pretende alterar la conciencia vital de cada persona, imprescindible para mantenerse cuerdo ante la multiplicidad y velocidad de los cambios que ocurren en el existir.
Cualquier persona al despertarse recupera la memoria de aquello que entiende deba hacer: asearse, desayunar, ir a tal sitio o hacer en casa tales cosas, llamar, dar un recado, pedir una información etc… Cosas concretas del diario discurrir de los dias. Pero he aquí, que recibe desde el exterior mensajes que dicen ser noticias y ese mundo cotidiano, el del existir, se ve afectado por la ideología que viaja en ellas. Y el volcán trasmite sentimientos de compasión, de inseguridad, impotencia, suerte de no estar allí… pasa algo parecido con las catástrofes naturales o los terribles atentados. Y las bolsas se volatilizan, y las eléctricas que pujan al alza los precios de la luz, las pensiones peligran, el déficit del Estado se dispara, algún que otro accidente o atentado, o acción policial contra narcotráfico, o los incidentes en los botellones, bandas infiltradas en ellos… Nada de esto, que llega a través de lo que se llaman noticias, está en el mundo del existir de cada cual. Se cuela en lo cotidiano y pervierte el “estar”, el que sea bien o mal estar, al embalarlo en una multitud de “noticias” que generan en las mentes de sus destinatarios ideologías sobre lo efímero, lo irrelevante, lo pequeñísimo de su existencia. Y precisamente este existir, por pequeño, por simple, por intrascendente, que se piense, es lo único real que le ocurre a cada persona. Y eso que ocurre es lo “importante” por pequeñas, efímeras, o irrelevantes que quienes manejan las ideologías entiendan
Las ideologías, todas ellas pretenden nacer de las esencias, acaban angostando el existir de la cotidianidad. Persiguen añadir mayor incertidumbre, miedo, inseguridad, reduciendo la autoestima y animando a las personas a abandonar cualquier aspiración existencial para entregarse cautivas a las imposiciones de mundos mágicos y esotéricos…
Sin embargo cada persona sobrevive a diario abrazándose a la cotidianidad de su mundo existencial. Porque ese es el verdaderamente importante para vivir cada día, derrotando una vez más a las ideologías y aprovechando su tiempo conscientemente.
Rafael Fenoy